C.E.P.

07.04.2020

Caroline Endo Pascuas

Esto es un espacio

El ojo se sumerge en el rechazo a la visión directa, allá profundo entre imágenes azarosas. Allá donde se invierte el eco de -debería- entre los comerciales. Ni afuera ni adentro, ahí, justo en el medio donde la superficie se despliega, entrama espejismos, pasos en falso dentro del que se proclama como espacio

Así se presenta la superficie del vidrio, como espacio contenedor de posibilidades despojadas de peso, como un deja vú compartido. Supuesto espacio que se siente contenedor por simple índice a este mundo. A este mundo que reconocemos y clasificamos, como si su estar sólo fuera posible dentro de nuestro percibir. El reflejo como hecho, a partir de la definición de mundo de Wittgenstein, se posa como primera instancia, así, dándole la espalda al reflejo, el ojo que se desplaza hasta su rabillo, se detiene ante la señal del estómago, se siente abyecto. Formas cercanas le devuelven la mirada, el deseo lo apercolla, inevitablemente iguala su desagrado, es un guiño a lo que podría ser él. En la segunda instancia, a partir de estas letras que fueron y seguirán siendo de otros, se dotó de espacialidad al reflejo, y este espacio guardó cosas.

El ojo busca a qué aferrarse entre la diferencia, predice todo el tiempo, no le gustan las sorpresas. El ojo sabe que hace parte de la cara porque ve los ojos en la cara de los demás, si no reconoce camufla, para moldear y aproximar a lo reconocido, así media en el mundo, con su entorno. En el hecho convergen ambas partes tan lejanas. Dialogan cada una con su propia conciencia. Mientras en la superficie hecha espacio, el ojo habita el rechazo a la visión directa.


La idea del otro en la obra El Buen Vecino de Sol Calero 



El Buen Vecino de Sol Calero se expuso justo en este mes, hace cinco años. Inauguró el cuatro de abril de dos mil quince, en SALTS, un espacio para el arte en Basel Suiza, que impulsa la creación de nuevos proyectos site-specific, de artistas suizos e internacionales.

En este proyecto Sol Calero parte de una política impuesta durante los años treinta en Estados Unidos, para tener una relación cordial con los latinoamericanos que vivían en aquel territorio. No precisamente de chévere, sino, pensando en la guerra y sus necesidades. Vienen varios aspectos específicos, los elementos dentro de la casa, como alimentos y pinturas, emanan con fuerza la idea del territorio paradisíaco, frondoso, cada espacio grita abundancia.

Tanto por fuera como por dentro los colores llaman la atención. Es un punto que no se puede ignorar entre edificios de colores neutralizados, que abrazan fuerte al blanco. Sol Calero parte del cliché sobre la idea occidental exotizada que envuelve al latino. Un ser en extrañas condiciones para los europeos desde la difusión de grabados coloniales, muchas veces representado con bastante distancia del humano, dentro de lo salvaje, como en el grabado América (publicado en 1638) de Jan Van Der Straet, quien polariza identidades, que, problematizando relaciones de poder, resalta el despertar de América, quien reposa en una hamaca. Esta y otras imágenes de difusión, al convertirse en referencia formaron estereotipos, y así maneras de aproximación a ese otro latino. En ese primer encuentro, América denota un entorno paradisiaco, lleno de alimentos, frutas propias del trópico que contrastan con todo el paisaje, allí y sólo allí, donde la abundancia posibilita la pereza.

Los tonos del entorno, las formas de vivir, y todas las primeras instancias que muchas veces representaron personas que ni siquiera estaban en América, se convirtieron en signos y estereotipos que retornan y retornan, desde el grabado colonial, hasta el cine comercial o las agencias de viaje, posibilitando todo ese imaginario que Sol Calero vuelve a traer a colación en pinturas de frutas llenas de color, que junto al papel tapiz completan el horror vacui en las paredes. Este miedo al vacío insistente en el barroco de la Europa occidental, generado por el miedo de la iglesia católica durante la contrarreforma, intentó dar fuerza a la imagen de la iglesia a partir de la sugestión con el exceso. La influencia llega a América durante la colonia siguiendo el patrón. Podría entretejerse no con miedo, sino con la propia abundancia del territorio.

Aunque se trate de la intervención de un espacio, es un asunto pictórico. ¡La casa es una pintura! Es riquísima la convergencia de tantos puntos. La pintura se explaya, dialoga, es con el espacio. ¿Que la obra sea site-specific, (no precisamente por estar en SALTS, pues siento que es un aspecto que habita en toda su obra) implica la necesidad de estar en un lugar que le permita indicar ese otro que es latino? ¿qué diálogos tendría esa casa por aquí en latino América?. En la reseña que hice sobre su obra El Autobús, escribí "Sol Calero pone en observación aquellas ideas cliché occidentales sobre América latina, para señalar la inexistencia de un lugar. Lo preconcebido da ideas, no perceptibles en el mundo." En esa obra funcionaba. Pero en El Buen Vecino, el texto oficial sobre la exposición, (en la página de Sol Calero y en la de SALTS) mencionan que no se pretende que el espectador tenga alguna postura. Pero esa postura ya está implícita, desde el lugar en el que se expone. Son decisiones, juega con signos muy específicos en lugares muy específicos.

Por otro lado, el otro se queda en la idea del otro. Así, la idea de casa se tiñe de la idea de un meta-otro. Trascendiendo lo que puede llegar a ser en sí. Y entonces me pregunto ¿qué está? ¿qué es un hecho? Las obras de arte nunca serán un mensaje. Pasarán por un teléfono roto, como diría Juan Camacho en algún taller de proyectos. Por encima, me encuentro con la idea de la mancha diferente en un mar neutralizado, puesta allí para habitar el otro. En la inauguración invitan a quien transita por allí para pasar el rato en el porche. Apropiando prácticas comunes de clima cálido, aquella mancha nos señala el adentro y el afuera, lo privado y lo público, así como también lo macro y lo micro en las relaciones sociales. Pensar en quién es bienvenido, quién es invitado. Y la constante pregunta, ¿qué intereses hay de por medio?.

Es valioso que El Buen Vecino siga con el problema, allí se puede hablar de un contexto global, que permite remitirse a los diferentes estadios de la migración a lo largo de la historia, posibilita un espacio para la pregunta. Sol Calero sigue trayendo la idea de un otro que nunca será un hecho, para señalar hechos que seguirán jugando en el cotidiano. Quién es el vecino, y cómo ciertas imágenes pueden promover distancia, cercanía, o invitar a quedarse en el medio del porche con ese otro que no es tan otro.

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